El
objetivo de déficit del 0,7% para el 2013 es intelectualmente débil, políticamente
miope y moralmente obtuso De un objetivo del 1,5% al 0,7% van 1.600 millones, más
del doble de la contribución a nuestras universidades
Hace
dos años, el nuevo gobierno de Catalunya se encontró con un déficit
correspondiente al 2010 del 4,2% del PIB catalán (es decir, de 8.352 millones de
euros) y con una exigencia de déficit del 1,3% para el 2011. En consecuencia,
en el momento de hacer los presupuestos nos impusimos un ejercicio de
austeridad intenso, en muchos aspectos avanzándonos a lo que se hacía
globalmente en España. Pero como valorábamos, y valoramos, la credibilidad, no
manifestamos una adhesión estricta al objetivo oficial y fijamos un objetivo de
déficit del 2,6% del PIB. Es lo que honestamente creíamos que, con mucho rigor
y disciplina, podíamos aspirar a conseguir.
El
nuevo Govern del 2013 se encuentra ante un dilema similar. El objetivo de déficit
para el 2013 es del 0,7% del PIB. Pero ahora, más exactamente desde agosto del
2011, hay una diferencia decisiva: no podemos prescindir del objetivo oficial.
Por una parte, los escenarios de control europeos se han endurecido y refinado
y, en buena medida, nuestra credibilidad ahora se evaluará por nuestro
compromiso y voluntad de asumir los objetivos que Europa reconoce. Por otra
parte, los mercados financieros se han cerrado. Solamente podremos gastar
aquello que podamos financiar, y no podremos financiar más que lo que permita
el objetivo reconocido.
Pero
lo anterior no significa que no podamos hacer oír nuestra opinión sobre el
objetivo o impulsar su revisión si es lo necesario. Y es, efectivamente, lo
necesario porque el objetivo del 0,7% para el 2013 es intelectualmente débil,
políticamente miope y moralmente obtuso. Permítanme justificar estas tres
afirmaciones.
Es
intelectualmente débil porque, con España en recesión y con Europa muy cerca de
ella, un objetivo de déficit fiscal para España del 4,5% del PIB, como el que
ahora prescribe Europa para el 2013, no tiene ninguna lógica económica. Es
demasiado restrictivo y sólo puede agravar la recesión española, lo que no
conviene en absoluto a Europa. En términos relativos, la magnitud de la
contracción fiscal que España debería hacer este 2013 es similar al abismo
fiscal norteamericano. Los estadounidenses se han angustiado con mucha razón
por la posibilidad de autoprecipitarse a la recesión. Nosotros deberíamos
estarlo por la misma causa, con el agravante de que ya estamos en recesión. Es
evidente que Europa ha de relajar el objetivo (y que debe hacerse de manera
ordenada; es decir, que no encarezca el crédito, sino al contrario). Es lo que
opinan muchos expertos y organismos internacionales. El Gobierno español puede
estar seguro de nuestro apoyo si esta es también su posición. Confiamos en que
Europa lo acabe viendo así y, por su propio bien, no se deje llevar por
impulsos dogmáticos.
Es
políticamente miope, en este caso por parte del Gobierno central, porque es
injusto y arbitrario imponer el 0,7% a las autonomías, cuando el objetivo
global negociado con Europa es el 4,5%. Es una exhibición de poder (y una
ilustración del principio de que quien parte y reparte se queda la mejor parte)
que no ayuda a establecer un clima de confianza y de colaboración. No se ha de
subestimar hasta qué punto la decisión del pasado mes de julio de endurecer el
objetivo autonómico, cuando Europa había flexibilizado el del conjunto del
Estado, ha contribuido a precipitar el conflicto político entre el Estado y
Catalunya.
¿Cuál
debería ser la distribución del objetivo de déficit entre administración
central y autonomías? Teniendo en cuenta que el gasto autonómico no es inferior
a un tercio del gasto total, una distribución razonable sería 1/3 para las
autonomías y 2/3 para la administración central. En estos momentos, esto
representaría el 1,5% y el 3%, respectivamente. Al menos así debería ser si
todas las autonomías tuviesen que fijar el mismo objetivo, lo cual no está nada
claro porque las situaciones de partida no son las mismas. De hecho, sería más
deseable que las condiciones fuesen uniformes pero en relación con la situación
de partida, por ejemplo, descontando los pagos de intereses (y quizás los
ingresos de las privatizaciones). A la diferencia resultante entre gastos
ordinarios (excluyendo el pago de intereses) e ingresos ordinarios se la llama
déficit (o superávit) primario y es un concepto central en las políticas de
consolidación fiscal. Tiene más sentido imponer un objetivo común respecto al déficit
primario que respecto al déficit, porque si los pagos por persona en concepto
de intereses son mas altos en una autonomía que en otra implicará una disponibilidad
diferencial de recursos por persona para atender servicios públicos.
En
cualquier caso, un objetivo de déficit del 0,7% del PIB para el 2013 comporta
un objetivo de superávit primario de gran magnitud (los pagos por intereses
estrictos del 2013 serán de 2.200 millones de euros y el 0,7% del PIB son unos
1.400 millones de euros; por tanto, el superávit primario sería del orden de
800 millones de euros). En una situación de recesión como la actual pretender
este nivel de rigor sería insensato.
Finalmente,
el objetivo del 0,7% es moralmente obtuso. Lo que ello representa (un ajuste de
4.000 millones de euros vía ingresos y gastos) no se puede conseguir de manera
fácil o indolora. Si había algún ajuste de estas características (y no había
muchos) ya se ha practicado. Lo que ahora se pide impondrá muchos sufrimientos
a los ciudadanos. Cuando los sufrimientos están justificados por la necesidad
de recobrar la salud o de volver a colocar el tren económico sobre las vías (en
una repetida imagen del presidente Lula), no hay más remedio que aceptarlos,
con disciplina y espíritu de trabajo. Pero este 0,7% no está justificado, no
hará ningún bien y probablemente nos dejará en una situación peor que si lleváramos
a cabo un programa de consolidación fiscal dotado de racionalidad. La
diferencia entre un objetivo del 1,5% y del 0,7% son 1.600 millones de euros, más
del doble, por ejemplo, de la contribución pública a nuestras universidades. En
definitiva, se trataría de un sufrimiento inútil, lo que hace hervir la sangre.
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